miércoles, 18 de noviembre de 2020

Con él...

 


Con él aprendí a leer y a escribir. Sólo con eso, ya había hecho tanto por mí… Y con él supe quién era Julio Verne, y qué bien olían esos raros objetos llamados libros. Porque él, trabajador manual a tiempo completo, supo siempre que los libros eran puertas a otros mundos, y que contenían el secreto de todos los viajes. Fue él quien me mostró el hechizo de la radio y de la noche, y con él tuve ocasión de sopesar el valor que las caricias tienen para un niño, caricias que olían a brillantina y me llegaban cargadas de protección y ternura. Y sin él pretenderlo, en la radio, me presentó a Rimski-Kórsakov, o a Dvořák, que en las noches misteriosas sonaba con su nuevo mundo como un presagio de infinitas quimeras, como el anuncio vigoroso de la música que luego vino a conquistar mis oídos. Con él caminé entre olivos, exploré casas abandonadas, aún calientes de vida, y con él me aficioné a los laberintos de veredas. Con él paladeé el desdeñado y dulcísimo fruto de las moreras, que recogíamos en bolsas mientras él removía las ramas desde alturas formidables, y a su lado acaricié las espigas de trigo y los horizontes abiertos. Con él me fijé tal vez en mi primera nube, y me extravié por los campos y descubrí castillos solitarios y riberas. Con él salté sobre las fantasías que el agua había tallado en las rocas, y crucé carreteras solitarias, y aspiré el aire limpio del mundo original. Con él vinieron el cine, el circo, el teatro, rudimentos construidos con su sencilla ilusión de hombre sencillo, y que se quedaron en mi corazón como semillas de la felicidad. Con él aprendí a confiar, a aceptar el riesgo de la decepción en nombre de la cordialidad. Y también aprendí a valorar el vuelo parabólico y preciso de aquel chut suyo, que con elegancia ponía la pelota en la escuadra, y a soñar con la épica del fútbol, aunque luego me desvelara que esa épica es sólo lo que queda cuando el presente se ha convertido en nostalgia, porque los diminutos prodigios diarios son los más convenientes. Por él quise ser decente, moverme por honor y con respeto, y también por él aspiré a revolverme contra los abusos, y eso que él se crió en el miedo y el horror, en la acechanza demente e imprevisible de la dictadura. Con él, que no había sabido conservar su familia, respiré sin embargo el cariño por mi gente, la lealtad de la sangre. Y por él quise a todos los niños del mundo, como él los quería, y con ilimitada torpeza me di a venerar a mis hijos, que sin saberlo pisan sobre muchas de las huellas que él grabó sobre esta tierra. Sus brazos son mi ejemplo, su bondad mi destino. Y reconozco su humanidad ―llena de imposibles, salpicada de pesares― en el latido de este corazón mío, que impulsa mi sangre mientras le canta muy bajito, a él, en el silencio de esta noche en la que, desde su río, cumple 93 años.



miércoles, 20 de mayo de 2020

Ella y él

 
Ella y él llevaban treinta y tantos años sin dirigirse la palabra. En esa eternidad se habían visto fugazmente alguna que otra vez, pero no habían hablado desde aquel lejano día en que él se marchó para siempre. Ella se quedó con el corazón roto y la rabia de un futuro arruinado, mientras que él se fue con sus celos, tan dolorosos como enfermizos, y el tormento de no despertar cada día rodeado de sus niños.

A partir de entonces, odiándose con fervor, ambos existieron en exclusiva para sus tres hijos, y no buscaron otros abrazos ni pensaron en el alivio de otro querer. Ella se encargó de la titánica labor del cuidado, aunque pronto tuvo que salir a la calle para, además, limpiar por unas pesetas las inmundicias de algunas familias pulcras y liberales. Él, por su parte, pasó las semanas enteras, del alba al ocaso, entre herramientas y ruedas, y no hubo un solo domingo en que faltara a la cita con sus hijos.

Él y ella intercambiaron un odio generado, con razón o sin ella, por la dignidad y por la nobleza, un odio sólo superado por el amor que ambos merecían.

Una tarde, treinta y tantos años después, se volvieron a encontrar. Por entonces, él comenzaba a caer en la telaraña del Alzheimer. Incapaz ya de vivir solo, cada mes se alojaba en casa de uno de sus hijos. Le era imposible practicar la pesca, su pasión después de jubilarse, y el humor le había cambiado con la enfermedad: recelaba de sus nueras, de su yerno, que, decía, lo acosaban e insultaban impunemente.

Aquel día se fue abrumado de casa del menor de sus hijos. Estaba convencido de que su nuera lo hostigaba y él, por orgullo, no podía permitir más atropellos. Había llegado a un punto insoportable y quiso buscar el consuelo de su hija, contarle lo que estaba pasando, pedirle ayuda. Y así se dirigió a su casa. Su hija no estaba, y fue ella, ella, la que contestó. Cuidaba de sus nietas. Sonó el portero electrónico y contestó, y esas fueron las primeras palabras que cruzaron en treinta y tantos años. Ella le abrió la cancela y él subió. Luego le abrió la puerta y él entró. Y lo vio tan angustiado… Él habló y ella lo escuchó, y luego trató de calmarlo. Intentó que comprendiera, que las cosas no eran del todo como él las veía, que debía tener paciencia y cuidar de él mismo… Al final, él se fue de allí más tranquilo, después de haberse quebrado aquel silencio eterno.

Dos, tres años después, él paseaba con su hijo mayor por el patio de la residencia. Charlaban. Él no sabía muy bien quién era aquel hombre que venía a verlo muchas tardes, pero le traía cariño e historias que, eso decía el desconocido, eran sus propios recuerdos. De pronto, él le dijo a su hijo:

―Yo una vez tuve una mujer…

―Mi madre, ¿no, papá? Tu mujer.

―No, no ―contestó él―, fue una mujer que yo tuve…

El hijo, impresionado, pensó que después de tantos años iba a conocer una aventura de su padre. Él siguió contando detalles de su aventura, y su hijo no tardó en saber que hablaba efectivamente de ella, de su madre. Entonces el hijo no quiso decirle que ella había muerto unos meses antes, que en un golpe inesperado del azar su corazón enorme se había acabado de romper para siempre. Su hijo contuvo las lágrimas y siguió paseando, saludando a los viejitos de la residencia, y charlando con su padre, desgranando relatos que estaban trenzados con los recuerdos del viejo, sí, pero también con el aliento de ella, sobre todo con el aliento de ella… Felicidades.

lunes, 21 de mayo de 2018

Joni

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Oí su música muy tarde, en 2005, en Cahecho, un pueblecito apartado de los Picos de Europa, donde fuimos a almorzar y a descansar de la subida a la Cruz de la Viorna. Lamadrid era un pequeño restaurante al que se entraba por la planta baja. Camino del comedor, que se situaba en la planta alta, pasamos junto a una barra y un salón 81oMGUjcF L._SL1500_solitario e inmerso en esa penumbra que alivia de las tardes de verano. Y en ese silencio sonaba ella.

Con el temor de que dejara de sonar y no pudiera saber nunca más qué era aquella maravilla, pregunté a la mujer que nos atendió: «Joni Mitchell, un disco titulado Mingus. Es muy hermoso, ¿verdad?». Desde el comedor, entre el juego de los niños y la conversación, mantuve un oído en las últimas canciones del disco. Me pareció dulce, abstracto, asombroso. Joni era entonces sólo un nombre más entre los muchos músicos que apenas había escuchado, y tampoco podía imaginar quiénes acompañaban a Joni en ese disco. Salvo cuatro de sus temas, Joni habían compuesto todas las canciones, y el disco intentó (y consiguió) ser el conmovedor homenaje a un Charles Mingus que colaboró con sus risas, su conversación y cuatro maxresdefaulttemas propios, y que moriría pocos meses después. Con Joni tocaban nada menos que el buen Jaco Pastorius (el mejor bajista del mundo), Wayne Shorter, Herbie Hancock y Peter Erskine.

A partir de ahí, la discografía de Joni Mitchell se convirtió para mí en una fuente casi inagotable de regalos, en un río de música que ha llegado hasta hoy fresco y caudaloso. Unos días después de la visita a Cahecho, escuchando en casa el disco de Joni, me pregunté cómo había podido ignorar durante cuarenta y tres años a una de los mejores compositores del siglo XX.

Poco después de aquel descubrimiento, Herbie Hancock, junto a un grupo de magníficas cantantes, produjo un disco lleno de versiones de piezas de Joni. Lo tituló River. The Joni Letters. Salvo el tema que masculla ese supuesto músico que fue Leonard Cohen, el trabajo es una verdadera hermosura, adornado por el piano inmenso de Hancock y la colaboración impagable, entre otros, del mismo Shorter, de Dave Holland y de Vinnie Colaiuta. Esta tarde lo escuchaba, pero de pronto sentí la necesidad de oír la voz original, ese sonido mágico, rotundo y a la vez acariciante que es la voz de Joni. Entonces navegué un poco al tuntún por su Travelogue, por su Count and Spark, por el directo poderoso de Shadows and Light, y durante unas horas el mundo ajustó su curso al ritmo de la pura belleza…

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domingo, 20 de mayo de 2018

82 cumpleaños

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A pesar del cruel silencio en el que a veces encierra sus hazañas, el tiempo siempre conserva para nosotros pequeños objetos acariciados por el olvido, delicadas sensaciones que la más liviana brisa hace temblar, fragancias que escapan de la luz y de la razón como si fueran sólo fantasías de nuestra nostalgia. El tiempo guarda para nosotros la muesca feliz de una fecha en el calendario, deposita en nuestras entrañas aquel abrazo que en el momento no supimos traducir, quizá el tacto irrepetible de unos dedos envejecidos o el gesto único e inolvidable de su rostro.

A pesar de su en ocasiones obstinado mutismo, de su perseverante llevarnos lejos de lo que hemos sido, el tiempo nos sigue brindando la oportunidad de darle motivos a la memoria, y también de una forma callada insinúa, entre los dolores y la impotencia, el vínculo caprichoso que un bosque encantado tendrá siempre, siempre, con aquellos ojos que con nuestra inocencia extasiamos, con aquella devoción que nos acunó. Porque allá donde el placer anide, el tiempo construirá puentes en el laberinto, pasarelas que nos conducirán hasta el inexplicable cuidado que nos mostraron, hasta aquella entrega suya, tenaz como sólo la biología la sabe inspirar.

A pesar del silencio con que parece negarla, el tiempo la ha inmortalizado con el hilo invisible del amor, ése que, cuando todo esté olvidado, permanecerá flotando en el aire limpio de una mañana infantil, en unas páginas manchadas de éxtasis, en alguna delicia musical o en el mismo silencio de nuestra innecesaria historia.

Felicidades
Mamá

jueves, 17 de agosto de 2017

Angelines

A media mañana, en el trabajo, traté de aislarme del ruido escuchando música. Elegí un disco que muchos años atrás había escuchado una y otra vez. Reconozco que sentí un poco de vergüenza porque no era la mejor música que podía escuchar, pero ya se sabe cuánto pueden los recuerdos. Era un disco de Abba, The Album. Sonó la primera canción, titulada Eagle, y después de tantos años reconocí su melodía y recordé perfectamente la letra. Al llegar al estribillo, el cuarteto sueco cantó algo que podría traducirse así:

Y sueño que soy un águila
Y sueño que puedo desplegar mis alas
Volando alto, alto, soy un pájaro en el cielo
Soy un águila que cabalga sobre la brisa
Alto, alto, qué sensación la de volar
Sobre montañas, bosques y mares
E ir a cualquier lugar que se me antoje

Justo en ese instante mi mirada se detuvo en el móvil, descubriendo que tenía un mensaje sin leer, un mensaje que había recibido casi una hora antes. En el mensaje, los hijos de mi querida amiga Angelines me informaban de que su madre había muerto.

P1120902No soy partidario de convertir las coincidencias en misterios, porque son sólo eso, coincidencias que ocurren siguiendo las puras leyes de la probabilidad. Pero nadie nos impide jugar con ellas, agradecer a la suerte que se produzcan. Angelines había partido como el águila de la canción, sobrevolando libre sus queridos valles, el de Tena, el de Broto, para reunirse con Marcos, con ese hombre bueno al que añoró tanto.

La primera imagen que obtuve de Lanuza está íntimamente ligada a la de Angelines y Marcos. Llegar una noche al paraíso y ser recibido por dos ángeles de carne y hueso no le ocurre a uno todos los días. Eran dos ángeles de sonrisa franca, con un corazón grande y limpio, dos seres que me contagiaron de inmediato su amor por aquellas montañas, por los amigos, por la vida. Los mil kilómetros que nos separaban no fueron nunca suficientes para evitar que volviéramos a abrazarnos. Un día caluroso e inolvidable aparecieron por aquí por Sevilla, como una parejita de enamorados paseando por las calles que tanto quiero, pero luego nos encontramos muchas veces allí, en el valle, en el patio de esa casa que volvieron a levantar con sus propias manos, enfrentándose al pantano, a la maldad sin nombre de los burócratas, al pillaje de los pobres diablos que no saben reconocer la dignidad de unos muros.

550 Angelines y Marcos 2Cuando Marcos se fue, se llevó en prenda un buen trozo del alma de Angelines, y ella dejó de mirar a la vida con el cariño que siempre la había mirado; pero aun así, el alma de Angelines siguió rebosando ternura, una ternura que ahora, mezclada con la tristeza de verla partir, impregna aún más el ánimo de los que la conocemos. Para ella cada fruto del huerto, cada árbol, cada collado, cada camino y cada mano que estrechaba la suya eran una suerte.

Siempre había escrito, porque también amaba las letras. Sobre su tierra había publicado una larga lista de preciosos artículos en la revista Jacetania. Cuando Marcos se fue supo que tenía que volver a escribir, no sólo por ella, también por Marcos. Y fue así que nos mostró sus hermosos diarios, en los que escribía sobre los hijos y sobre los viejos con la dulzura propia de una mujer sabia, delicada y mortal, y con su blog se ganó el afecto sincero de muchos, muchos amigos, incluso de aquellos que no tuvieron la suerte de conocerla en persona.

P1020090 2Me pregunto si no habría sido mejor escribirle todo esto antes de su marcha, y me pregunto si estas palabras no son al fin un ejercicio vano, porque lo que de veras me gustaría es que ella las estuviera leyendo y se estremeciera un poquito, y sonriera como ella sonreía, con una sonrisa llena de verdad. Pero una de las pocas creencias que tengo es la de que aquellos que se nos van siempre permanecen con nosotros. No, no creo que se vayan a la nada, ni a ningún sitio remoto y olvidado; sólo se arrebujan con suavidad en el pecho de los que recibimos su cariño. Por eso, escribirle a Angelines no sólo es para mí una necesidad, sino un modo de llenar la tristeza que hoy siento, porque sé que ella, a través de las vías más insospechadas, está recibiendo estas palabras.

Sí, Angelines, volveré pronto a tus valles, y al pasear asombrado por la hermosura de tu tierra confirmaré esta sensación, y sabré de cierto que no te has ido, que estarás siempre en los caminos y en la niebla que se te llevó, volando como un águila a lomos de la brisa, por encima de las vacas y las orquídeas, rozando con tu pluma el Pacino y la Foratata, deleitándote con las campanas de tu Lanuza y regresando a Ordesa y a esa casa al borde de la carretera, en Broto, en la que un día naciste para hacer de este mundo un sitio bastante más habitable. Da un abrazo a Marcos, y tú recibe un beso de este que guardará siempre tu sonrisa en el más confortable rincón de su pecho. Siempre, Angelines.

Captura

martes, 29 de noviembre de 2016

Nocturnos (49)

241. Es temprano. Aún no ha aclarado del todo el crepúsculo. Allá adelante, en la penumbra, de espaldas, me llama la atención su paso majestuoso. Bambolea con elegancia una capa que cae hasta rozar el suelo. Sólo al acercarme un poco advierto que va envuelto en una vieja manta. Su paso es calmoso y solemne. Súbitamente, la manta se desliza de uno de sus hombros, pero la vuelve a colocar con ademanes distinguidos, como los de un tribuno romano. Ya cerca del hombre, entre el noble y refinado vaivén, noto la trayectoria insegura del borracho. Alza la mandíbula con arrogancia, como un prohombre paseando entre esclavos…

242. Siempre que el silencio sea posible y soportable, la sinceridad no tiene ningún sentido.

243. Sólo un enjambre ilimitado de universos entrelazados puede explicar la infinitud; sólo un laberinto de universos imbricados entre sí, distintos en tamaño y condición; sólo una extraordinaria multitud de nadas inestables que se infectan del tumulto y estallan.

Joaquín y JM en casitas 3bQuién sabe si cuando salta una pequeña chispa entre dos manos no hay, en la uña de uno de los dedos, una nada universal que sufre un big bang, comenzando así una oscilación prácticamente eterna de expansión y contracción. Dios no es necesario, Dios no aporta nada, Dios sólo sería preciso en un vacío aislado y estable, en la Nada perfecta, y al fin sólo desempeñaría el papel de perturbador, el de un chiquillo cruel que llena de agua un hormiguero. En cualquier caso, él mismo necesitaría un más allá. Dios nunca ha dejado de ser el sol que adoran los hombres primitivos.

244. Las zonas nemorosas: esa sensación de haber vuelto a un mundo inexplorado, a un mundo razonable, equilibrado, virgen, limpio, donde la vida y la muerte son realmente caras de la misma moneda.

245. Cuando dejamos de sentir la punzada de todos esos pequeños e inservibles misterios que nos rodean, la vida adelgaza hasta la pura mecánica.

domingo, 20 de noviembre de 2016

Del Mindfulness como nuevo estilo de vida

El Culto

cuestas 13.jpgA final de los ochenta trabajé en un proyecto europeo de lucha contra la pobreza. Se desarrollaba en las Cuestas de Orinaza, un barrio ya desaparecido de Badajoz en el que, convenientemente alejados de la ciudad, residían unos miles de personas en condiciones deplorables.

Una noche alguien forzó la entrada al Centro Social donde trabajábamos, revolvió los despachos y robó algunos objetos de poco valor. De entre mis cosas, el ladrón se llevó un ejemplar barato del Retrato de un artista adolescente, de James Joyce. El libro apareció luego tirado en algún rincón del barrio, sin tapas y medio deshojado. No tardamos en saber quiénes habían sido los autores.

Uno de ellos era un chaval que, como muchos otros en el barrio, apuntaba a la mala vida y andaba iniciándose en el trajín de las drogas. A raíz de aquello, el chaval desapareció durante un tiempo, para regresar un día a la plaza del barrio vestido como un pincel, con traje de chaqueta, bien peinado y portando una biblia muy nueva que apretaba contra su pecho.

“Hermano, ven al Culto, que Jesucristo te llama”, nos invitaba el joven. Su actitud había cambiado radicalmente, y de ser un tipo peligroso había pasado a moverse como una oveja aseada, obediente y previsible. Recuerdo que me pregunté si aquello que los hermanos evangelistas habían hecho con el muchacho era bueno o malo…

De las catedrales al colegueo

P1160729En el pasado, las religiones usaron la fastuosidad de sus templos, el boato de sus prebostes y la violencia de sus leyes para mantener al rebaño obediente. Hoy, que la religión del capitalismo ha eclipsado un tanto a las viejas devociones, éstas no tuvieron más remedio que adaptarse y acomodar sus tácticas a este mundo de pecadores. Una de esas tácticas, que ya nombré alguna vez en este cuaderno, es la de ser comprensivos con los descreídos. No hay que ser creyente para que nos ofrezcan sus tiernas actividades, y nos invitan a embarcarnos en todo tipo de salvaciones del cuerpo de sus prójimos, sin por ello descuidar, faltaría más, su salvación espiritual.

Una de mis sobrinas me dijo el otro día que acude a unas reuniones preparatorias de la Confirmación. Ella no hizo la primera comunión, pero asiste a esas reuniones porque van sus amigas, y porque en ellas hay un cura y unos monitores muy jóvenes que lo primero que les aclaran es que no van a hablar de Dios. Para nada. Charlan con los adolescentes sobre el aborto, sobre sexo, sobre política, y mi sobrina está convencida de que está aprendiendo mucho “sin que le coman el coco”.

Quien no sepa nada de la historia de la Iglesia y mire el asunto de un modo superficial, podría opinar que una actividad como ésa debe resultar de lo más sana. Quien conoce a la Iglesia Católica, no digamos quien haya tenido alguna relación consciente con ella, sabe que el verdadero objetivo, el objetivo último de estas conversaciones es encaminar a los corderitos al redil. Por supuesto, las religiones saben qué corderitos son accesibles: niños, enfermos, desahuciados y gente sedienta de dogmas que, eso sí, apuntalen sus privilegios.

Las nuevas religiones

Hoy las nuevas religiones aprenden de las viejas, modernizando y mejorando en muchos casos sus estrategias. Ahí tenemos a todas las llamadas ciencias esotéricas, que si hace veinte o treinta años se encontraban muy localizadas y eran ridiculizadas como camelos minoritarios, hoy se han acomodado a la realidad capitalista, incluyendo toda una nube de deslavazados y descontextualizados elementos científicos para difuminar sus verdaderos objetivos.

Sri_Bal_Mukund_Singh_Ji-PNGComo también dije alguna vez en este cuaderno, durante unos años he practicado yoga, y he aprendido a estimar su valor como refinado entrenamiento físico. Aún lo practico ocasionalmente. Sus ejercicios (junto al equilibrio corporal que proporcionan) me aportaron también cierta relajación y, por tanto, cierto bienestar mental, más tranquilidad a la hora de afrontar mis problemas. Aunque meditar es, según el diccionario de la RAE, “pensar atenta y detenidamente sobre algo”, algunos ejercicios relajantes son denominados meditación. Algunos me dirán que concentrar tu pensamiento en la respiración, abstrayéndote de todo lo demás, también es “pensar atenta y detenidamente sobre algo”, pero considero que sólo es un truco para compensar la imposibilidad de (al menos en vida) dejar la mente en blanco. Igual podríamos habernos concentrado en los dedos, o en la imagen de un globo flotando en un cielo azul. Pero no tardé en saber que la meditación es algo más, mucho más que relajación, aunque nunca he recibido más que explicaciones difusas sobre el asunto, explicaciones que, al tratar de definirlas, siempre conducían a la fe. Y no deja de ser curioso que María Moliner defina meditar de otra forma más precisa: “Pensar sobre una cosa para estudiarla, resolverla o percatarse bien de su valor o significado, concentrándose en ella y abstrayéndose de lo demás (…). Se emplea mucho con el significado de pensar sobre cosas de religión”.

El Mindfulness

08-mindfulnessUn puñado de amigos, gente en apariencia razonable, algunos de ellos profesionales de la ciencia, aplauden con entusiasmo al Mindfulness. Entre otras cuestiones, argumentan la gran cantidad de médicos que consideran su valor terapéutico, y que (como tantas otras ciencias total o parcialmente esotéricas) está basado en estudios rigurosos de universidades prestigiosas. Es obvio que nadie que no se dedique profesionalmente al asunto podría leer todos los estudios publicados, no sólo los que hablan bien del Mindfulness, sino también aquellos que, reconociendo sus innegables bondades, las minimizan e incluso las tachan de no ser novedades, porque sus técnicas están más que estudiadas en Psicología.

Pero como no tengo demasiado tiempo para informarme adecuadamente, acepto lo que me dicen mis amigos a favor del Mindfulness. Además, ¿quién puede negar que la prisa y el estrés son las enfermedades más extendidas en el mundo occidental, y causantes de otras muchas? Por tanto, ¿qué malo hay en unas técnicas que pretenden luchar contra estos padecimientos? Se comprueba que la respuesta de nuestro cuerpo a los problemas no es la misma cuando estamos estresados (ansiosos, superados por la situación, incluso pesimistas sobre las soluciones) que cuando estamos serenos y sopesamos todas las circunstancias. Valoramos mejor qué problemas tienen solución y cuáles no, y nos organizamos interior y exteriormente para que nuestra respuesta sea lo más eficaz y decidida posible. Así, obviamente, seremos un poco más felices.

La empresa

Ayer vi en Facebook un anuncio de una empresa que da sesiones de Mindfulness, a la que algunos de estos amigos respaldaban con un Me gusta. En la página web de esta empresa declaran que el Mindfulness “es un estado natural de nuestro ser”, algo que no he comprendido demasiado bien, porque puedo entender que la serenidad pueda ser más beneficiosa que la ira, y la calma más que el estrés, pero todas son reacciones igual de naturales del ser humano. Al seguir leyendo he sabido que el Mindfulness no sólo es un estado natural, sino también “de calma y conciencia absoluta”. La palabra absoluta reconozco que me choca, pero bueno, es un término que igual puede ser utilizado de forma figurada, y aún más acompañando al término conciencia.

Mindfulness en Sevilla

Pero el producto que esta empresa vende es en realidad una técnica para alcanzar ese estado natural de calma y conciencia absoluta. Con esta técnica, también llamada Mindfulness, nos ofrecen “frenar ese intenso fluir de pensamientos y saltos emocionales al pasado y futuro en el que nuestra mente está continuamente inmersa y que nos impide ser conscientes del momento presente” (la falta de comas no es mía, lo juro). Me pareció perfecto. Ya digo que considero muy interesante e incluso imprescindible luchar contra el estrés, la ansiedad y el bloqueo a los que algunas veces nos vemos sometidos por la enorme cantidad de información que debemos procesar, y por la implicación emocional que nos ata a toda esa información.

Con esta técnica, los interesados aprenderán a observar sus pensamientos sin dejarse llevar por ellos, como también “a entender la importancia relativa de las cosas y a darle a cada evento la prioridad que realmente tiene en nuestra vida”. Bien interesante, aunque del mismo modo que la palabra absoluta me chirrió, el término realmente me pone en alerta.

En cualquier caso, el Mindfulness de estos señores nos ayudará a gestionar nuestras emociones para disminuir nuestra ansiedad, nuestro estrés. Admiten, con mucho acierto, que el estrés es una reacción natural que, en su buen uso, resulta beneficiosa, pero no tanto cuando se cronifica y se convierte en un estado permanente. Totalmente de acuerdo.

A continuación, la empresa hace un advertencia importante: “mindfulness es, en parte, una occidentalización de la meditación tradicional budista a la cual se le han desprovisto de todos los componentes religiosos, ideológicos y trascendentales, convirtiéndola en un método, un programa de aprendizaje, cuya finalidad es incrementar nuestros niveles de atención, concentración y conciencia a la vez que reduce los niveles de estrés”. ¿Quién podría considerar nocivo algo así? Si de verdad sus técnicas consiguen este propósito, nada que objetar.

La religión

Pero el siguiente y último párrafo de la declaración de intenciones de la empresa nos va a mostrar su verdadero objetivo, porque el Mindfulness no se limita a reducir el estrés. Cuando leí este último párrafo (que reproduciré más adelante) recordé el centro donde yo hacía yoga. Mi profesora, a pesar de creer en ese budismo occidentalizado, raramente se desvió de su pretensión de enseñarnos a conocer mejor nuestro cuerpo, así como las técnicas para utilizarlo del modo más beneficioso. Eso me hizo sentirme muy bien en las sesiones. Pero tanto la filosofía que se respiraba en nuestras conversaciones informales, como el resto de actividades del centro apuntaban en otra dirección.

Hoy el centro se denomina Escuela Humanista de Inteligencia Emocional, y, además de Yoga y Mindfulness, ofrece actividades como éstas: “Crecimiento del niño interior”, “Los 6 pilares de la autoestima”, “Grupo gestáltico de Desarrollo Emocional”, “Movimiento expresivo”, “Supervisión del Sistema Río Abierto”, “ConsultaSanador Espiritual de Terapia Gestalt (sólo para titulados en el Sistema Río Abierto)”, “Sesiones matinales del método Feldenkrais” y “La técnica Alexander”. Por supuesto, entre las personas que suelen acudir al centro, hay una corriente de simpatía por todas estas terapias, que se alejan de los métodos convencionales y sobre todo de unos métodos científicos que, para los creyentes, resultan ya limitados y aburridos. Sin contar con que para ser psicólogo o médico se ha de pasar por muchos años de intensos estudios, mientras que en estas terapias cualquiera puede llegar, en pocos meses, a ser terapeuta.

Compañeros muy razonables me indicaron entonces que creían (verbo que dice tanto…) en las virtudes terapéuticas de barbaridades como la Homeopatía, el Reiki o esa sarta creciente de x-terapias, a cual más absurda, que pretenden dar respuesta a todas nuestras dolencias y disfunciones. También había allí un aplauso generalizado a gurús impenetrables o, lo que me parecía peor, a la extensión de muchas de estas prácticas religiosas a los niños, como sabemos, un sector de la población propicio para el proselitismo religioso. No dudo un instante de la buena fe de mis amigos y compañeros de yoga, pero tampoco dudo de que en estas cuestiones han perdido la senda de la razón.

El último párrafo

El último párrafo de la empresa era el siguiente: “Si bien es cierto que así entendido [el Mindfulness] podría verse como un plan de entrenamiento que recopila ejercicios meditativos, la realidad va mucho más allá y la mayoría de quienes deciden dar el paso y practicar mindfulness, terminan asimilando esta práctica como un nuevo estilo de vida, llegando a modificar su sistema de creencias en el sentido de que se reducen sus niveles de apego a lo material y entendiendo que la felicidad o el sufrimiento dependen exclusivamente de uno mismo y que sólo nosotros somos los responsables de ello”.

Esta desmañada declaración, este mensaje no sólo devoto y ferviente, sino profundamente peligroso, es lo que apoyamos cuando consideramos que la relajación y la reducción del estrés pueden estar en otras manos que en la de los expertos en salud (psicólogos, médicos o eelige-terapia-alternativanfermeros). Aunque, más allá de su humana falibilidad, hay muchos de estos profesionales incomprensiblemente convertidos a lo esotérico, la gran mayoría de los especialistas en estas nuevas ciencias no tienen ni pajolera idea de medicina, ni de psicología, ni del método científico, un método que si no puede curarnos todo, sí puede asegurar que las terapias que utilicen con nosotros están contrastadas y no son desvaríos de cualquier iluminado. Nos protege de gente que hace negocio con nuestra salud, a veces convenciéndonos de que determinados procesos lógicos de nuestro organismo y nuestra mente son en realidad enfermedades, y por tanto necesitan terapia. La ciencia, la de verdad, nos resguarda de aquellos que, poniendo casi toda su eficacia en el efecto placebo, prometen prodigios y compensan su falta de conocimientos contrastados con el regalo de una nueva fe, y hay todo un ejército de magníficos pacientes (léase hipocondríacos) aguardando con expectación las nuevas terapias surgidas en el mundo de lo esotérico. Y el Mindfulness, como tantas otras terapias pseudocientíficas, con unas gotitas (de sobra conocidas) de ciencia, trata de vendernos cielos en una tierra convertida previamente en hospital.

viernes, 18 de noviembre de 2016

89 años de un ser superior

DSC06405Las madres y los padres son seres superiores. Nada puede quitarnos eso de la cabeza. Aunque sí, hay algo que finalmente, y de raíz, consigue arrancarnos de semejante error: su muerte. Cuando mueren, caemos en la cuenta de que nuestra madre, nuestro padre, eran pobres mortales, y nos preguntamos cómo se las apañaron con la soledad, cómo negociaron con sus propios sentimientos, cómo pasaron los grandes catarros o esos cansancios del alma que nos esperan agazapados en cualquier anochecer.

El día que nuestros padres mueren empezamos a hacerle preguntas al amor, acaso por conocer algo del acontecer de sus corazones. No se quiere a los hijos con el corazón, víscera débil y expuesta a los vientos de la vida, sino con las tripas, con la columna vertebral, con las piernas que andan sin descanso, con las manos… Por eso con nuestros padres nos preguntamos por esos territorios íntimos, tan de uno, que fueron sus corazones, por los deseos silenciosos que guardaron, por la melancolía de viejos palacios que flotaría en ellos como la niebla en el crepúsculo; nos interrogamos por el aliento de sus rabias, por las palabras que, susurradas en soledad, se perdieron para siempre.

Súbitamente la muerte nos señala su carne, su debilidad, el desamparo esencial que nos acompaña a todos. ¿Quién iba a pensar que podían sangrar, que podían desfallecer, que una enfermedad cualquiera podía tumbarlos en una cama? ¿Quién iba a pensar que podrían necesitarnos? Hubo algunas pistas, llantos por otras muertes y abrazos imprevistos, el terremoto de los nietos o los primeros dolores visibles, pero los hijos solemos estar demasiados ocupados en el camino, desbrozando los días, sin tiempo de mirar atrás. Y es que ellos parecían tan grandes, tan inexpugnables, tan eternos y primordiales… Hoy papá hubiera alcanzado los 89 años, y estoy seguro de que los habría cumplido erguido, fundamental, verdadero, pero sobre todo rebosante de amor por nosotros sus hijos. Falible pero generoso, pobre pero revestido de una dignidad silenciosa y superior, padre pero a la vez hombre, tan mortal…

martes, 25 de octubre de 2016

Los ciudadanos de bien

Últimamente, con todo este rollo de la crisis, los ciudadanos de bien, los que cumplimos con nuestras obligaciones, los que con nuestro trabajo mantenemos al país, venimos sufriendo una campaña orquestada sólo para molestarnos, para culpabilizarnos, para implicarnos en asuntos que a nosotros ni nos van ni nos vienen. En resumen, una campaña para no dejarnos vivir tranquilos.

Uno trata de dedicarse a sus niños, a que saquen buenas notas, a que jueguen felices en el parque. Uno se dedica a ser amigo de sus amigos, intentando pasar buenos ratos con ellos en vez de andar incomodándolos con tristezas y calamidades. Uno trata de echar sus partiditos de fútbol, mientras la parienta se pone guapa con los pilates y las cremas antiedad. Uno comparte el orgullo de un escudo, la devoción por nuestra virgen, los findes luminosos de playa, con tu premio Planeta bajo la sombrilla y el pescaíto en los alegres chiringitos. Uno trata, en definitivas cuentas, de disfrutar de los cuatro días de vida que Dios nos ha dado, y de hacerlo, ¡joder!, con una actitud positiva. ¡Fuera tristezas!, ése es el eslogan que nos acompaña a los ciudadanos de bien.

whatsapp-emoticonesPero siempre hay gente metepatas, individuos irritantes que se fijan sólo en los problemas. Que si los refugiados, que si los pobres, que si el machismo, que si la sanidad y la educación, que si las mentiras de la política injusta… Ahí sí, ¿no ves? Si en algo les doy la razón a estos llorones fastidiosos es en eso: esto de la política es todo mentira, y por eso los ciudadanos de bien odiamos la política. El mundo siempre tuvo problemas, pero ¿qué tengo yo que ver con eso? ¿Qué tenemos que ver con todas esas historias los ciudadanos que cumplimos con nuestras obligaciones, los que con nuestro trabajo levantamos cada día este gran país?

A todos esos revolucionarios escrupulosos les recomiendo una noche de compadres, cervecita y alegría, y luego en casa, con la parienta; una buena película de acción y mucha intimidad. Así tendrán el respeto de sus amigos y ya verán cómo todos los problemas desaparecen. Háganme caso, sean positivos y dejen de dar la barrila con sus penas.

lunes, 1 de agosto de 2016

Venezia, puertas

P1160291Podría jurar que entré en el laberinto de Venezia por una de esas puertas misteriosas que abundan en la ciudad, por cualquiera de ellas.

En realidad llegué en tren, pero tanto la amplia llanura que desde Bolonia conduce a la ciudad, como la propia estación, parecían pertenecer a un mundo diferente, a uno gobernado por otro registro de colores, a una realidad en tonos demasiado habituales para llamar mi atención.

Al llegar, después de caminar expectante por los gastados andenes, salí a la extensa y bulliciosa plaza de la estación de Santa Lucia y me sentí como Dorothy, cuando después del tornado P1160078abre la puerta de su casa y se encuentra con el espectáculo de Oz.

Venezia está siempre bañada por una luz extraña. Incluso cuando el sol abrasador cae a plomo sobre sus fondamente (esas aceras que acompañan desnudas a los canales) y las enciende con toda su energía, refulgiendo doblemente sobre las aguas y conjurándose con la humedad del aire, Venezia posee una luz particular, noble, delicada. No es el sol, demasiado colosal para andar matizándose en este o en aquel rincón del planeta, demasiado dependiente de las estaciones. Tampoco es el aire, ni el agua siquiera, aunque en Venezia lo bañe todo con su cristal y su alma marítima. No. Lo que pinta a Venezia de un color inusual es el propio laberinto, es el caos retorcido de muros y sombras; P1160080son los siglos y los pasos innumerables que la historia condujo por estas calles. Son las corti secretas con sus pozos, a salvo siempre de la horda de turistas, y los recovecos inesperados, los sotopòrtegi que te desvían de las rutas prácticas, P1160089el rompecabezas inabarcable de sus palazzi y sus campi, con sus plantas irreproducibles y sus fachadas primorosamente resquebrajadas.

Detrás de cada puerta se esconde un misterio. No sólo hay tras ellas historias desconocidas, no sólo el rumor de unas vidas sólitas teñidas por la canción y la sangre de tantas épocas. Hay también mundos fantaseados, jardines imaginarios, como el jardín que no existe tras aquella puertecita en la base del Palazzo Berlendis…

P1160373Era un edificio donde, a la vista de la laguna y de la isla mortuoria de San Michele, dicen que Nietzsche escribió Aurora. Una chica leía un libro sentada en las gradas del puente, apoyada en la balaustrada, y yo venía de vagabundear por las callejuelas solitarias, sobrecargado de tanta belleza, abrumado por el silencio de los canales, por la virtud de los puentes en aquel dédalo de hermosura. P1160376Por fin alcancé a ver el Palazzo, casi ruinoso, claramente expuesto a los aires salados de la laguna. Un tendal con ropa colgaba en las ventanas inferiores, bajo un aristocrático balcón que mostraba una puerta central cerrada y dos ventanas laterales abiertas. Lo que se divisaba en las ventanas me indujo a creer que aquella había sido justo la residencia del filósofo. En una de las ventanas se distinguía P1160372parte de una lámpara inmemorial, ocultando casi del todo el artesonado del techo. En la otra se adivinaba un cuadro pintado en la pared. Quise creer que aquella vivienda no había cambiado mucho desde los tiempos en que Nietzsche la ocupó, y por eso el lugar me estremeció.

La Fondamenta Misecordia relucía señorial. A mi derecha, a la sombra, en la fachada que P1160373bdaba a las Fondamente Nove, estaba la puertecita, cerrada. Unos metros más allá quedaba la entrada a la Corte Berlendis, un callejón devastado por los años en el que me recibió el frescor propio de la penumbra y del silencio absoluto. Hileras de ventanas atrancadas por las telarañas, algunas puertas igualmente clausuradas. Muy arriba, el cielo parecía sólo un lejano sueño. Una de las puertas, especialmente rica, podría haber sido una de las entradas principales al Palazzo. Concebí la mano de Nietzsche apoyada sobre el tirador herrumbroso. El callejón desembocaba en la calle Berlendis, que se perdía a la derecha en meandros solitarios y a su izquierda se detenía al borde del agua. Mundos dentro de otros mundos…

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P1160384Deseando volver entre los vivos, deshice mis pasos hasta salir otra vez a las Fondamente Nove. Justo al pasar por la puertecita surgió de ella un hombre joven, rubio, elegante, con ropas exquisitas. Su distinción, su porte hicieron de pronto juego con la historia, con el laberinto, con la luz y el murmullo de una vida que nada tenía que ver con la de todos los días. Aquel muchacho parecía pertenecer a un territorio diferente al de la razón, a una existencia prodigiosa y callada. Cerró la puertecita con llave y me adelantó por el puente. Yo me quedé allí parado, soñando con el jardín interior al que daba paso la puertecita, con un jardín que no existe. Me quedé pensando en el profesor Aschenbach y en su obsesión por la sublime perfección de Tadzio. Por un instante creí que había sentido una pulsión homosexual, pero luego pensé con preocupación que acaso comenzaba a vencerme la pura belleza de Venezia, porque durante aquella hora de soledad había vagado entre tanta maravilla sin protección alguna. Tal vez hice una incursión en la locura; quizás me adentré en territorios donde la estética puede asfixiarte. Pero ¿acaso la locura, una vez visitada, no se queda un poco con nosotros? ¿Por qué, si no es por locura, sigo convencido de ese jardín que sé de cierto que no existe? ¿Por qué Venecia me parece estar mucho más allá de donde dicen los mapas?

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sábado, 18 de junio de 2016

Velintonia y la nueva política

psoe_generales1977_josc3a9-ramc3b3nEn los primeros años de nuestra democracia, los dibujos de José Ramón inundaron de esperanza nuestros buzones. Distribuido no sé en qué campaña electoral, recuerdo en especial un folleto que representaba una calle llena de árboles, una calle en la que, entre flores —muy probablemente rosas—, destacaban un teatro, una biblioteca, un cine, un museo… En aquella calle de la cultura reinaba, por supuesto, un bienestar social y económico cuya promesa se daba por sobrentendida.

Con el tiempo, todos hemos sido testigos de cómo el poder, en vez de dedicarse a crear las adecuadas condiciones económicas y sociales, a establecer las bases educativas para el desarrollo autónomo de la cultura, se ha afanado en buscar protagonismo, en dirigir la cultura, bien consciente de la utilidad de estos asuntos en el manejo ministerial de las masas. La cultura, grosso modo y entre mitos y reverencias, acabó poco a poco convertida en un bien más de consumo. De ser el medio crítico y transformador que imaginábamos pasó a constituir, las más de las veces, otra herramienta para el adocenamiento del público. El tesón artístico, esa serenidad pasional de los creadores, ese gusto por la delicia, por el esfuerzo y por el genio transgresor, se transformó progresivamente en un nervioso vaivén de éxitos prefabricados que hoy, mediante los adecuados contratos promocionales, son voceados por nuestros medios de comunicación.

En estos últimos cuarenta años de endeble democracia, la izquierda política ha desempeñado desgraciadamente un papel primordial en el proceso de papanatismo cultural, aportando en ocasiones una actitud señaladamente indocumentada frente a la cultura. En vez de revertir mediante la educación el esquema conservador por el que las clases trabajadoras no tenían (ni debían tener) acceso a la cultura más elaborada, se dedicó a banalizar el mercado cultural hasta hacerlo fácil y democráticamente accesible. Nadie puede negar las intenciones manipuladoras que animaron en general a los políticos, pero algo tuvo que ver el hecho de que esos mismos políticos, por su actitud utilitarista y su ambición de poder, miraran con desconfianza, e incluso con asco supuestamente proletario, a cualquiera que, creando cultura, les exigiera el esfuerzo insano de pensar, de pararse y sentir. O lo que es lo mismo, miraban con desprecio a cualquiera que les pidiese con su arte algunas de esas virtudes que tan poco parecen casar con la política: honradez, emoción y humanidad.

2013-11-23 14.14.25Hablo de todo esto a cuento de la situación en la que se encuentra la vieja casa de Vicente Aleixandre, en la calle que se le dedicó al autor y que en tiempos se llamó de Velintonia, en Madrid. En este caso no sólo nos encontramos ante un enorme poeta, ante un premio Nobel que dejó algunos de los versos más hermosos jamás escritos en castellano. Nos encontramos, además, ante un hombre de una sensibilidad extraordinaria que removió y favoreció con su sabiduría a varias generaciones artísticas de este país, luchando contra la dictadura desde sus propias entrañas. Y nos encontramos ante el escenario por donde pasaron cientos de creadores, mujeres y hombres insustituibles que son y serán más España que todos los himnos y banderas. La casa de Vicente Aleixandre acogió a lo mejor de nuestra cultura durante decenios, a los de dentro y a los del exilio, y en ese jardín, presidido por un cedro que es el único elemento protegido de toda la propiedad, se detuvieron personas que con su sensibilidad y su saber reivindicaron el derecho de todos los españoles a poseer los medios necesarios para disfrutar de la cultura, para ser libres. Nos encontramos ante una casa que está en venta y que cualquier día puede ser derribada para, alrededor del cedro protegido, construir quién sabe cuántos apartamentos de lujo.

2013-11-23 14.12.33Hoy el Ayuntamiento de Madrid está gobernado por un partido nuevo, un partido que se dice distinto, que pretende que las instituciones dejen de hacer negocios y se dediquen a servir a la gente. Pero por mucho que favorezca económica y laboralmente a la gente que lo necesita, nada podrá conseguir este partido si no es consciente de la situación en que toma el poder, un escenario en el que la cultura se ha convertido en puro entretenimiento, en el que cualquier gesto de soberbia de un futbolista adquiere más transcendencia que el mejor de los libros o la mejor de las músicas; en el que gran parte de las obras culturales se engullen y por tanto se crean con descarada ligereza, con un frívolo ojo comercial. El bienestar es imposible sin cultura, sin ciudadanos cultos. Esa convicción fascista y nociva por la que al pueblo sencillo hay que proporcionarle sencillez nos va hundiendo más y más en la estupidez, en la insensibilidad, en la peor de las profecías. Y la posible venta y posterior demolición de la casa del poeta, a pesar de los años de esfuerzo de la Asociación de Amigos de Vicente Aleixandre y del apoyo de muchísimas figuras de nuestro escuálido panorama cultural, sería la demostración de que en política, en este pobre país, ya no hay ni nunca habrá algo verdaderamente nuevo bajo el sol.

viernes, 20 de mayo de 2016

Palabras a la luz de un cumpleaños

046 Imagen006Me pregunto si algunos hilos de esta luz que me alumbra tocaron entonces tu carne, si aún conservan en su trayectoria, en esa que los hace vagar entre la vida y mis ojos, la fragancia de tus cuidados y de tu fidelidad.

Me pregunto también por la textura, por la fluorescencia de los recuerdos, o por el sabor luminoso de esas frases tuyas que jamás dejarán de tintinear en mi cabeza. Me pregunto qué clase de pavesas somos, mamá, de qué claridad oscura estamos hechos, y cómo vinimos a parar aquí, sucios y encenizados por los errores, pero empujados por la misma lumbre que encendió nuestros primeros pasos, en aquellos crepúsculos tuyos de palomas y germinares, en el esplendor límpido que dejaban sobre ti las tormentas.

Me pregunto, mamá, por qué andamos confundiendo la felicidad con la deserción, o por qué la luna sigue ahí, cada noche, en su implacable danza de espectros, sin moverse un milímetro de su camino, ajena a tu ausencia. Me pregunto por qué emborrachan los destellos del espíritu, por qué quema tanto el sol o por qué los laberintos han de removerse en esa luz ambigua, esa luz tan huérfana de tu abrazo.

Acaso todos los brillos se me van refugiando, con los años, en la música, para tomar aire sólo en ocasiones muy especiales, cuando la centella de un beso o cuando el desgarro que resplandece entre mis emociones. Acaso tenía razón esa mujer y no hay pasado ni presente, y acaso la aureola de esta alborada o el melifluo resplandor de este atardecer estén derramando su dulzura sobre ti y sobre tu hambre de vida…

Sí, tal vez. Quizás sólo es un fallo de visión, un efecto óptico del vacío, y puede que ahora estés aquí, a mi lado, preguntándote qué líos son estas preguntas, si al cabo la vida, cuando viene, viene, sin más. No, igual no te fuiste nunca, pero no puedo evitarlo, mamá, no puedo dejar de preguntarme por aquella luz tuya. No, no puedo parar de preguntar por tus manos…

jueves, 14 de abril de 2016

De las minucias al universo

W.A. Mozart, Sonata para violín y piano K. 304, 2º movimiento

Unas notas de piano, un violín que danza sobre ellas dibujando emoción. O una foto gastada, en la que un niño pequeño apoya su manita sobre el muslo de su padre, percibiendo a su lado la seguridad inmensa de su madre. Se adivinan el estremecimiento del hombre al sentir esos deditos, la felicidad sin resquicios de la mujer en una mañana cálida, bañada por una luz perfecta.

El quedo sentimiento de dolor, la pena que sientes cuando un camino muy tuyo se va borrando con los días. O esa dulce tiranía del amor, desmenuzada en besos exclusivos, en caricias tan certeras como Siriahuidizas, que te piden reincidir sobre esa sustancia ardiente de la que se empapa nuestra piel, esa cuyo aroma convierte los segundos en eternidades. O también el deseo acuciante de alcanzar a un hijo que, centímetro a centímetro, se aleja de tus brazos; la ambición excesiva de volver a sentir en tu muslo esa manita, de recomponer el desbarajuste inevitable del pasado…

Tal vez sea nuestra mayor contradicción: nos organizamos para crear las condiciones en las que puedan florecer todas estas diminutas sensaciones, pero en la propia organización las pisoteamos con nuestros destinos, con nuestras grandezas, con nuestra codicia. La organización nos aleja de nosotros mismos, y a la vez nos culpa, nos responsabiliza del desastre, nos exige participar, nos engulle en la labor de sus injusticias. El tamaño de nuestras ciudades nos disuelve, nos atomiza, nos menoscaba hasta convertir todas aquellas sensaciones diminutas, todas aquellos estremecimientos medulares en el indiscriminado murmullo del universo. ¿Qué importa que esa manita se pose sobre tu muslo eMamá, Papá y JM 2n un parque, en un día de sol y palomas, o que lo haga en medio del océano, con las olas abatiéndose como animales despiadados contra la inestable balsa, contra el inestable futuro de lo que más quieres, en el horror?

La televisión y su gran ojo, la mentira que sostiene a las verdades, la pose estrafalaria de las pasarelas, el desfalco de los graneros comunales, la maldad y la violencia, el cinismo y la desfachatez, nuestra ignorancia orgullosa, sumisa, las amenazas de las estructuras, la educación de la rutina y los millones de libros sin amor a las palabras. Los golpes, las llagas, la vileza sobre los niños… Llega la noche y uno se sumerge en las sábanas, y para limpiarse el corazón espanta andamios y rascacielos, callejones sucios y avenidas de mil carriles; se sacude uno las farsas, las infinitas farsas, y los tormentos, los ilimitados tormentos, y entonces, lentamente, empieza a sonar el piano, sobre el que el violín teje ilusiones, y va adivinándose la plaza concurrida de un parque, donde un chiquillo, con su alma limpia y transparente, posa la manita sobre el muslo de su padre, sintiendo la magnética protección de su madre, mientras las palomas van y vienen sin orden, jugando con el aire invisible, con el invisible universo.